Tienen miedo los inmigrantes y los naturalizados, los primeros ministros
y los presidentes, los empresarios, el rey y la reina, todos por obra y gracia
de una sola persona: el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, que se cree con el
derecho de amenazar a diestra y siniestra para lograr sus propósitos
comerciales que ayudarán a solventar la reducción de impuestos a los ricos.
Amenaza al que hable de su gobierno, pero no le importa meterse en los
asuntos internos de ellos demás. Les grita a los sudafricanos que están
cometiendo genocidio contra los blancos, acusaciones infundadas sacadas de un
video que mostraba otra cosa.
Amenaza a Colombia porque el presidente Petro algo habló del secretario
de Estado Marcos rubio, pero no tiene problemas en acusar a Brasil de perseguir
al líder derechista y posible golpista, el expresidente Jair Bolsonaro y, para
variar, lo amenaza.
Ataca la libre autodeterminación de los pueblos y amenaza entonces a los
que se sumen al bloque de los Brics.
Obliga a sus universidades a sancionar a quien sea propalestino y a eliminar
todos lo que sea equidad. Demanda a medios de prensa como la ABC y la CBS por
el cubrimiento electoral y a los bufetes de abogados que llevaron casos de
inmigrantes los pone a sus pies para que le trabajen gratis en todo lo que
requiera. Le corren, le aceptan las demandas y le pagan lo que desee.
Y casi todos les tienen pavor. Hasta la Unión Europea, sumida hoy en una
falta de liderazgo asombrosa, ha corrido a negociar nuevos acuerdos, porque,
aunque puede ser real que la balanza comercial de Estados Unidos con algunos
países resulta desfavorable al imperio gringo, no es el caso con países
pequeños a los cuales ya impuso altos gravámenes que agravarán la pobreza en
esos territorios.
Es claro que necesita dinero para cubrir los huecos que dejará el
beneficio a los ricos de su país y por eso mismo ha reducido o eliminado la
ayuda para organismos internacionales y para programas estadounidenses de
reducción a la pobreza y alivio a las enfermedades, como USAID.
No se trata de que el nuevo orden mundial, ese en el que Rusia y China
ya se le contraponen de frente a los intereses estadounidenses, esté generando
caos y tenga al mundo de pelos parado, sino que los caprichos de una sola
persona parecen ser mandato de las deidades, mandato al que, vale decir, le
corren muchos gobernantes, políticos y empresarios que no conciben la vida sin Estados
Unidos.
Ha acumulado tanto poder a punta de amenazas que ni los políticos
propios ni los jueces dicen una sola palabra en contra.
Cunde el pánico. Gobiernos de todo el planeta corren para cumplir con
las exigencias que les hace. Pese a ello, la calma que llega para algunos es
tensa, porque no se sabe cuándo volverá a acusarlos ni de qué ni qué nuevos
reclamos les hará.
Sí, la idea es hacer América grande para los ricos de nuevo y para eso
no importa llevarse medio mundo por delante, pasar por alto el derecho
internacional e imponer arbitrariedades de toda clase.
Maullido: ¿Cómo es posible que en Bogotá el progresismo todavía piense
que Daniel Quintero es de izquierda y un gran líder?

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