En el cambio que comienza a vivir Colombia con la victoria de Gustavo
Petro como presidente electo, fue fundamental el apoyo de los llamados naides, los habitantes de lo que con algún desinterés ha sido llamada la otra Colombia,
esa que ha carecido de oportunidades, que solo recibe migajas del Estado, mucho
Ejército y algunos dulces para quitar el sabor amargo del olvido, como los que
Iván Duque entregó a los niños en Chocó.
Se abren unos escenarios bien interesantes. El sueño de esa media
Colombia de comenzar a recibir lo que nunca ha tenido para elevar su calidad de
vida y así vivir sabroso. Pero también la posibilidad de que esas aspiraciones
se queden cortas y lleguen más frustraciones, necesitando el nuevo gobierno ser
demasiado cuidadoso en los anuncios y promesas. 220 años de olvido no se solucionarán
en solo cuatro.
No habrá colegios ni universidades en cada municipio y se necesitará
precisión casi quirúrgica para saber qué necesita cada región y cómo empezar a
dárselo. (Esto sin considerar que el resto del país también requiere mucha
atención).
No menos interesante e inquietante es la manera como han reaccionado
la extrema derecha y la derecha perdedoras, reacias a ceder privilegios que
han mantenido durante dos siglos a costa de los menos favorecidos y siempre
ignorados.
Insultos, racismo, clasismo se perciben en sus continuas manifestaciones
y ataques, incluso con amenazas (concretadas ya algunas) tan ruines como
despedir a quienes escogieron otra opción electoral o cerrar negocios,
demostrando una vez más que los otros poco interesan y que solo su dinero vale.
La oposición al nuevo gobierno será tenaz. Es necesaria en cualquier
sistema democrático, así sea imperfecto como el nuestro. Pero se avecina, con
lo que ha mostrado en estos días, una oposición basada en ataques personales,
en mentiras, en la generación de pánico y el llamado a la desobediencia
(también válida si surge de realidades).
Extraño, y hasta risible, como han anotado diversos usuarios de las
redes sociales, cómo a esa extrema derecha comenzó ahora a interesarle Colombia,
cuando permaneció callada (lo vio con plácemes) ante el asesinato de líderes y
excombatientes, ante las continuas masacres, ante los falsos positivos y la
cooptación de los órganos de control, frente a un desempleo de dos cifras, ante
la pobreza de 21 millones de colombianos y el hambre de muchos más. (Parece ser su visión de país).
No es descabellado deducir que lo que les duele es la posible pérdida de
privilegios y el favorecimiento de esos a quienes siempre han ninguneado y
considerado despreciables o menos que ellos.
Interesante será ver cómo puede capitalizar políticamente esa oposición,
si se revitaliza o se acaba de desmoronar. Es por esto que el nuevo gobierno
tiene que actuar con sumo cuidado para no defraudar a quienes tienen la
esperanza de comenzar a vivir mejor, con educación, una mejor salud y
posibilidades de trabajo.
Entonces, no es hora de triunfalismos huecos sino de comenzar a labrar
sobre tierra sólida ese desarrollo que genere bienestar para todos, en especial
para los naides. A trabajar de la manera más cercana posible a la realidad,
escuchar a la gente y saber que los planes y programas deben basarse en lo que
sucede en cada territorio y no inventado desde las frías oficinas capitalinas.
Que todos sean y se sientan parte del primer gobierno de izquierda.
Maullido: qué ridiculez eso de Antioquia Federal.

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