En el país de los buenos y los malos en que está dividida Colombia, según el lado desde el que se mire, están tan enquistados las costumbres y quienes siempre han detentado las posiciones de poder político, económico y social que se resisten con todas sus fuerzas a que haya un cambio.
Sí. Es dejar todo como
está, que así han estado bien ellos y quienes han sido oprimidos pues poco a
poco han ido mejorando su situación, dicen.
Tan reacios están que ponen
como sufrientes de los cambios que intenta introducir el nuevo gobierno a los
pobres. A quienes ellos siempre han mantenido en la pobreza.
No a la reforma tributaria
porque empobrecerá a los pobres, generará desempleo y nadie más volverá a
invertir en el país, sostienen.
Tampoco les convence la
paz total, no solo por su incapacidad para perdonar sino porque las guerras
fortalecen su posición dominante.
A regañadientes algunos
aceptan la reforma rural, darles tierras a los campesinos, pero eso sí, no les
den mucha, mientras otros comienzan a armarse por si las moscas.
Se escandalizan por una visión
diferente sobre las drogas ilícitas, porque esa violencia también los alimenta,
aunque muchos sean consumidores usuales, y piden mantenerlas tal como hoy.
Y nadie dice que ni la
reforma pueda ser ajustada ni que la paz total no pueda darles la bienvenida a
otras ideas o que ni la política agraria tampoco pueda recibirlas.
Pero es difícil. Tantos
años en el poder engolosinan. Y perderlo genera un crujiente síndrome de abstinencia
que con facilidad se aprecia en las redes sociales, donde cualquier humano
trina sandeces por montones y dirigentes y políticos les copian rebajando su
nivel de razonamiento al mínimo. Una desentonada plañidera.
Los pobres no estarán más
pobres por la reforma, porque el grueso de los tributos va a los más pudientes
y a empresarios que cuando les generaron jugosas exenciones tributarias
callaron y siguieron comiendo.
Así haya encarecimiento de
algunos productos, el efecto no será tan sentido como el que genera la actual
crisis mundial por las alzas en los intereses, los recortes en la producción de
petróleo y los necesarios ajustes para estabilizar el desfondado Fondo de
Estabilización de los Combustibles.
En el Congreso gritan
contra los pupitrazos quienes durante décadas hicieron y deshicieron a punta de
ellos, convirtiendo en costumbre esa odiosa práctica legislativa. Afirman que
no han tenido oportunidad de debatir la tributaria, cuando lleva dos meses
expuesta y de todas formas requiere los cuatro debates en los cuales podrán
intervenir (sin abusar con jugaditas). Se volteó la tortilla, como dice el
dicho.
Entonces quieren ser la
minoría que decida, olvidando que siempre en cuestiones legislativas se impone
la mayoría de votantes. Y alzan la voz, cuando durante largos periodos evitaron
que los opositores la tuvieran.
Así vivimos hoy en la
Colombia dividida entre buenos y malos, cada sector según quien mire. Un dramático
y a veces circense estertor, una agonía lenta y dolorosa de quienes quieren
preservar el estatus quo, pues el país nunca ha estado mejor.
Cada apuesta por la paz es
un aguijón que se les clava en lo más profundo y sacan una dos, tres y cien
argumentos de por qué no se puede pacificar Colombia, de por qué es mejor el
uso de las armas. Y así a cada nueva propuesta para darle un viraje a este país,
acostumbrado a que nada cambie porque los cambios traen zozobra a quienes
siempre han sido los afortunados dominadores.
Maullido: increíble que todavía
no se proteja bien a las mujeres por agresiones de sus parejas.

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