Trabajar, trabajar y
trabajar, como repetía el expresidente Uribe, única manera de mirar y vivir la
vida no tiene razón de ser. Es parte del fracaso de millones de individuos
medido en enfermedad, frustración y muerte.
Produzca, produzca, al
punto de que vemos el tiempo libre casi como un pecado, como una ofensa a los
demás.
Tenemos derecho al
descanso. El descanso no es vagancia. Es salud. Es vida. Y de eso da fe Tricia
Hersey, la obispa de la siesta, como se autonombró, ahora una experta en el
descanso y en promoverlo como una forma revolucionaria de resistirse a la
obsesión con la productividad.
En un artículo en New York
Times, la obispa relató cómo se estaba matando al estudiar, criar una hija,
tomar tres autobuses y un tren para cumplir con su posgrado. No le quedaba
tiempo de nada. Resultado: sus notas rebajaron y así lo hizo su salud. Hasta
que un día mientras leía se durmió y cayó de sus manos el libro que tenía,
sintió que despertaba renovada. Y al carajo todo. Estaba harta de la rutina y
entonces dormía para despejar la mente, tomaba una siesta y no sentía
remordimiento.
Fue la forma como surgió
el Ministerio de la Siesta y ella su obispa, que se ha dedicado a dar charlas y
motivar a miles a que descansen. A que utilicen el tiempo para dormir en vez de
emplearlo en trabajo adicional, a pasar el rato mirando la nada en vez de una
pantalla, a reflexionar sobre nuestras necesidades en vez de preocuparse por
decepcionar a los demás. “Se trata de negarse colectivamente a exigirse
demasiado”.
La siguen miles, en sus
conferencias y en sus redes sociales. En las reuniones convoca con frases
fuertes pero directas y amables. “¿No están aburridos de trabajar todo el
tiempo?”
En su libro Rest Is
Resistance: A Manifesto, expresa que “La cultura del trajín diario ha
normalizado el hecho de presionar a nuestro cuerpo hasta el borde de la
destrucción”. Peor: “Se nos elogia y recompensa por ignorar la necesidad de
nuestro cuerpo de descansar, cuidarse y repararse”
Ella es negra y sabe cómo
han explotado a sus semejantes. Al leer libros de testimonios de esclavos sobre
los ‘brutales orígenes del capitalismo estadounidense (ese que nos han transmitido para copiar fielmente, paréntesis mío), se dio cuenta de que, dice el diario, trabajar
hasta la extenuación formaba parte de su herencia, transmitida por antepasados
lejanos y recientes.
Y así, expresa que juzga
su éxito por la cantidad de siestas que ha hecho a la semana y cuántas veces le
ha dicho a alguien que no, cuántos límites ha respetado. “Para mí, eso es
justicia, es liberación, eso es libertad”.
(Hace unos años escribí un
artículo sobre la necesidad de no matarse en el trabajo, y varias personas me
escribieron diciendo que estaba fomentando la vagancia, la pereza. A tal punto
hemos entronizado que la vida es solo para trabajar que peleamos con el derecho
a descansar.
Al mirar la prensa y
seminarios y conferencias sobre asuntos económicos, todos rezan sobre
productividad, cómo producir más, cómo obtener más dinero, cómo aprovechar el
tiempo para trabajar más. Sí, esa es la realidad.
Y entonces en las empresas
se ve bien al que extiende su jornada (no lo recompensan por eso) y es el buen
trabajador, el ejemplo para todos. Y si enferma o despiden a alguien, los demás
deben cumplir sus funciones. Y todos tan tranquilos.
Trabajar, trabajar,
trabajar. No. Esa no es la vida. Esa es una manera de llegar más rápido a la
inevitable cita con la muerte.
Por eso, como la obispa
Hersey, tómese un tiempo para relajarse. Sí, hay que tener dinero para pagar
las cuentas y comprar alimentos, es difícil desprenderse de la rutina de ser
productivos a toda hora, pero lo pagará su cuerpo y, además, se le olvidará de vivir.
A juzgar el éxito como lo
hace la obispa de la siesta. Es hora del evangelio del descanso, del sagrado
derecho a no hacer nada.
Maullido: época dura esta
para los contratistas por servicios: sin prima, sin derecho a vacaciones y
temor a la no renovación.
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