Desde un principio se ha sabido que la paz total abarca mucho más de lo
que puede entregar y que, pese a eso, es necesario persistir para lograr la
desmovilización y sometimiento de grupos de violentos o parte de estos. Acá
cualquier cosa es ganancia.
La realidad muestra que son tan variados los grupos que operan en el
territorio nacional o en parte de él y sus objetivos tan disímiles que no es
fácil transar con ellos, solo con una parte.
Se acaba de comprobar con el paro minero en el Bajo Cauca de Antioquia,
donde quedó muy claro que al Clan del Golfo lo que interesa es mantener las
elevadas rentas que genera el oro conseguido mediante la destrucción del
territorio (bueno, además de las rentas del narcotráfico).
Tampoco es sencillo negociar con infinidad de grupos urbanos, que se dan
la gran vida a costa de millonarios ingresos por extorsión, microtráfico y
pagadiario, además de otras conductas delictivas.
¡Es que es mucho el dinero de por medio!
Con la voladura del oleoducto Caño Limón esta semana y el cruel
asesinato de nueve militares, queda en entredicho la voluntad del Eln, que está
sentado a la mesa con el gobierno. Es cierto que se negocia en medio de la
guerra, pero ¿qué sentido tiene generar en estos momentos, precisamente, más
violencia que cobra vidas de colombianos y destruye nuestros recursos
naturales? Aparte, genera la reacción de una derecha que no concibe al país sin
violencia como forma de mantenerse vigente y parece confirmar las palabras de
quienes durante mucho tiempo han estudiado esa guerrilla de que nunca dejará
las armas y a lo sumo se acogerá a un cese el fuego temporal.
Si a todo esto se suma la falta de claridad como se ha manejado el tema
por el gobierno y la opacidad que ha mostrado el comisionado de paz, se tiene
el caldo perfecto para que cunda la desesperanza y crezcan las voces de quienes
no desean la pacificación del territorio, así sea parcial, incluidas en esas
voces las de los medios tradicionales de prensa.
¿Será la paz total una frustración más? Su nombre parece demasiado
pretencioso, mas se centra en no excluir a ningún grupo generador de violencia
para ver si desea dejar de lado sus actividades. Si solo se acoge una parte,
sería ganancia para las comunidades donde actúan aunque podría suceder lo que
pasó con el Acuerdo de Paz con las Farc: que el Estado no llenara el vacío
dejado y fuera ocupado por otros actores armados.
Hoy hay mucho escepticismo por lo que se pueda lograr, tras el fracaso
hasta ahora con el Clan del Golfo y los nuevos atentados del Eln. Por eso las
voces que piden y buscan que no se dialogue con nadie encuentran eco en una
parte de la ciudadanía, más cuando a los que les toca dar la cara en el
conflicto es a otros. Ejemplo claro de este estallido de voces en contra es el intento del diálogo con grupos de las disidencias de las Farc.
¿Podrá enderezar la paz total el presidente Petro? ¿Podrá confiarse en
la voluntad de negociación de algún grupo de ahora en adelante? No será fácil.
Habrá que aplicar mucha ‘ingeniería’ para lograrlo y mucha planeación, además
de una mayor dosis de transparencia para evitar más palos a la rueda de los
opositores.
Y habrá que tener apertura mental para saber que no todos se acogerán y
eso no puede denominarse fracaso. Solo será el rechazo de los violentos a una
oportunidad que les brinda la sociedad de acogerse para regresar a la vida
civil.
Mientras, las acciones deberán dirigirse con contundencia a recuperar el
tiempo perdido con el acuerdo con las Farc y cumplir lo pactado, tristemente
desechado por el gobierno de Iván Duque.
Maullido: Medellín nunca fue la panacea, pero ahora da lástima.

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