Tal vez pocos presidentes le hayan hecho tanto daño a Colombia como Iván Duque, quien durante su mandato se enorgullecía, una y otra vez, de hacer trizas la paz.
Desde que asumió comenzó a torpedear la Jurisdicción Especial para la
Paz y
luego a incumplir los acuerdos, punto por punto. No extraña si miramos
su grupo político, el Centro Democrático liderado por Álvaro Uribe Vélez, quien
por estos días en uno de los pueblos que anda visitando hablaba de su flamante
seguridad democrática mientras la JEP preparaba el acto con el cual ocho
militares, casi todos de alto rango, pedían perdón en Dabeiba por haber
asesinado a 49 colombianos (en el gobierno Uribe) que nada tenían que ver con
el conflicto: esa seguridad democrática les exigía toneladas de sangre, como
relataron. No importaba a quién perteneciera.
Como cada año desde que se firmó el Acuerdo de Paz con las otrora Farc,
el Instituto Kroc de Estudios Internacionales de Paz de la Universidad de Notre
Dame publicó esta semana el informe sobres los avances y retrocesos, así como
los retos en la implementación.
Urgió al gobierno actual de Gustavo Petro a acelerar la implementación
porque a este paso no se va a cumplir. Van siete de los 15 años estipulados
para su cumplimiento.
¿Y todo por qué? El informe del Kroc es claro: mientras de 2016 a 2018
las disposiciones en progreso aumentaron de 83 a 410, entre 2019 y 2021 la
variación fue de 4 a 6 puntos, “disminuyendo notablemente en el último año, con
una variación de un punto porcentual”, cita el diario El Espectador.
No hay mucho por agregar. Duque hizo trizas la paz, como se lo propuso
desde el principio, desde que era candidato, muy afín con las ideas de su
mentor político y grupo político.
En su gobierno los grupos violentos se extendieron más por diferentes
regiones. Los actos sangrientos aumentaron frente a lo que venía del gobierno de
su antecesor, Santos. Tal vez por eso celebró cada golpe que los militares
daban a los ilegales, incluso con declaraciones tan destempladas como cuando
anunció que ya no existía el Clan del Golfo luego de la captura (entrega queda
mejor) de su máxima cabeza Otoniel.
Fue así como elogió los bombardeos a disidencias de las Farc, en las que
murieron adolescentes reclutados por esas estructuras. No se puede olvidar que
por la masacre de Alto Remanso en Putumayo, que dejó 11 personas muertas, casi
todas civiles, hoy los 25 militares que tanto elogió Duque están en proceso
judicial por su actuación irregular.
Una acción que recordó los tenebrosos tiempos de la seguridad democrática.
Analizaba un artículo de Razón Pública al recordar en abril pasado el año de la
masacre, que se trató de “el terror como estrategia militar”.
Duque tampoco asistió al informe de la Comisión de la Verdad, que como
cabeza del Estado debió recibir. Bien decía el portal Verdad Abierta: “Iván
Duque ha socavado el Acuerdo de Paz firmado con la antigua guerrilla de las
FARC-EP y ha obstaculizado su implementación. Su gestión al respecto, tras
cuatro años de gobierno, ha sido calificada como un simulacro, muy alejada de
la realidad”.
Ahora, ¿en qué se traduce este saboteo? En más violencia, en más
muertes, en mayor pérdida de bienestar de innumerables comunidades.
Sería imposible achacar este o aquel acto, este o aquel asesinato, esta
o aquella masacre a la decisión de Duque de boicotear el Acuerdo de Paz, pero su
posición envalentonó a muchos actores armados a continuar en las suyas, fuera de
motivar a muchos exguerrilleros a volver a empuñar las armas al ver que se les
había incumplido lo pactado.
Sí, Duque hizo trizas la paz y con ello hizo trizas los sueños de muchos
colombianos que murieron por su actitud, hizo trizas el compromiso de muchos excombatientes
asesinados por el consecuente envalentonamiento de los violentos, e hizo trizas
la vida de cientos de familias a lo largo y ancho de nuestra geografía que solo
tuvieron dos años de paz: precisamente en los que no gobernó Iván Duque.

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