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Entiendan: esta guerra se perdió

 

La producción se drogas ilegales crece, el consumo también. Urgen nuevos enfoques y tratar la adicción como un problema de salud pública. Foto ONU


La guerra se perdió. Cuarenta años, miles de millones de dólares y cientos de miles de muertos después les cuesta a algunos reconocerlo. El enfoque con el que se han combatido las drogas ilícitas no ha sido ni el adecuado ni efectivo.

Los gringos ‘soplan’ como pocos, encuentran cada día nuevas sustancias que los mantienen elevados, si no es que los matan.

Estados Unidos perdió esta guerra, tal como tuvo que salir de Vietnam, de Irak, de Afganistán derrotado. Una guerra en la que involucró a casi todos los países latinoamericanos, pero en particular a México, Colombia y otros del sur del continente como Bolivia.

Una guerra perdida, entre otras razones por el alto consumo en los países del norte. Más de cinco millones de estadounidenses tiraban cocaína en 2020, otros cinco usaban, para lo que no se enviaban, estimulantes prescritos y más de 24 millones fumaban marihuana, tan buen negocio que ya lo han legalizado casi la mitad de estados.

Toda clase de sustancian usan. Como bien analizara en The New York Times Christy Thorton, profesora de Sociología y Estudios Latinoamericanos de la Universidad John Hopkins, el mayor control a la cocaína llevó a crear nuevas drogas. Desde el fentanilo (que tiene otras aplicaciones útiles) y es 50 veces más potente que la heroína, al éxtasis y los opioides que se recetaban para calmar dolores.

Sí, los gringos son sopladores y le jalan a todo. Es un problema de las sociedades modernas en donde millones no encuentran otra salida para las presiones y las carencias, y para unas exigencias en distintos ámbitos cada vez mayores.

En 2021, según el Centro de Prevención de Enfermedades de ese país, fallecieron 106 699 personas por sobredosis de drogas, en su gran mayoría opioides. Desde 1999 ha muerto un millón.

Pero en Colombia, donde se centró buena parte de la lucha contra las drogas, fallecieron 450 000 personas en esta guerra y padecieron 9 millones de colombianos, de acuerdo con datos usados para los Acuerdos de Paz.

La exigencia de Estados Unidos siempre fue que los países productores evitaran la producción. Acá con la erradicación de cultivos, incluso con el uso en aspersión aérea del mortal glifosato. Tanto que certificaban si se cumplía o no la tarea, llegando a ‘castigar’ con menores recursos para el desarrollo.

Sufrieron los campesinos, a quienes les ha sido más rentable sembrar la coca que los productos tradicionales del agro, hoy en regiones como Tibú, varios municipios del Cauca, Tumaco y ahora con gran intensidad en Putumayo,

El diario El País de España dice que son 400 000 familias cocaleras. Y ellas son las que han llevado del bulto, porque la lucha contra los grandes capos ha dejado exiguos resultados: a rey muerto, rey puesto, y el negocio prosigue.

Tal es el fracaso que no se reduce el área sembrada. Entre 1995 y 2009 Colombia destinó más de US$ 8000 millones a esa guerra inútil. Y de las 204 000 hectáreas sembradas que dejó el gobierno de Iván Duque, hoy son 230 000. Pese a que crecen los decomisos y en ocasiones baja el precio, sigue siendo un buen negocio para los narcos y una fuente segura de ingresos para los campesinos.

Esto no lo entienden los opositores al gobierno de Gustavo Petro. No aceptan que la guerra fracasó y que hay que optar por otras alternativas. Lo propone incluso la experta Thorton en su análisis.

Ahora este gobierno no persigue a los campesinos. Se centra en incautar la cocaína y de hecho las cifras han crecido, pero falta, como lo reconoce el mismo Mindefensa, desarticular las finanzas de los narcos.

¿Qué sigue? La sustitución de cultivos, que no será tarea fácil porque hay que llegar a regiones copadas por grupos ilegales, donde son la ley, y darles alternativas a los cultivadores, a muchos de los cuales nunca les será rentable sembrar los cultivos tradicionales. Tarea que además genera desconfianza porque el gobierno de Iván Duque incumplió los acuerdos y en la sustitución dejó tirados a miles de campesinos en mitad del camino.

Insistir, como siempre ha sugerido el uribismo, en atacar al campesino incluso rociándolo con glifosato, no tiene razón de ser. Hay que darles duro a los narcos donde les duele y copar esas zonas donde hoy son amos y señores.

Un reciente informe de la ONU mostró que en una década el consumo global de drogas ilícitas creció 26 %, pese a todas las acciones adelantadas y la guerra a muerte contra los narcotraficantes que han tenido que sufrir los países productores como Colombia.

El fracaso es total. Se imponen nuevas estrategias. Hay que soltar a los campesinos, que no tienen porqué pagar tan elevado precio por su pobreza.

Maullido: el mal que han hecho a la verdad medios como Revista Semana será difícil de reparar.

 

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