Así continúe recorriendo el país para abrirles paso a
sus candidatos a corporaciones y alcaldías debe andar preocupado. Y tan lo está
que ha tenido que acudir a su ya conocido método de atacar con mentiras y difamaciones a
quienes se han atrevido a cuestionarlo.
Con mentiras y acusaciones graves ha atacado al
jurista y columnista de El Espectador, Rodrigo Uprimny, como hizo con los
muchachos de Soacha (“no estarían recogiendo café”). Sabe que de eso algo
quedara entre sus seguidores que todo le aplauden.
Como recordó el editorial de El Espectador “decidió
adoptar la misma actitud que utilizó en varias ocasiones durante sus mandatos:
estigmatizar a quien lo critique, graduarlo de aliado del terrorismo, sugerir
que está respondiendo a agendas ocultas y, de esa manera, tratar de destruir su
legitimidad para cuestionarlo”.
Es una táctica que siempre ha utilizado, desde cuando
despuntaba en la política como gobernador de Antioquia. Recordemos el caso del abogado
antioqueño Jesús María Valle, quien denunció con insistencia y vehemencia ante a
Uribe la connivencia de los militares con paramilitares y el peligro que se
cernía sobre el amplio territorio de Ituango (sí, ese de la triste y conocida masacre
de El Aro, donde también se ha mencionado al expresidente). Uribe lo acusó de ser
enemigo de las fuerzas armadas. Poco después Valle fue asesinado en su oficina.
Con las actuaciones de la JEP han vuelto a ser tema
importante de actualidad (claro que no para todos los medios) los falsos
positivos. Numerosos militares han reconocido su participación en ellos en
distintas regiones, como Dabeiba y ahora Casanare.
Sí, hasta ahora nadie ha dicho que él dio la orden,
aunque no son pocas las personas que lo creen. Pero no hay evidencias. Lo
cierto es que es muy difícil creer que desde temprano no supiera que unidades
del Ejército estaban asesinando inocentes. Los organismos de derechos humanos y
la prensa lo decían y solo muy tarde vino a retirar oficiales.
¿Por qué callar frente a esas atrocidades? Tal vez el
propósito de obtener reconocimiento a su seguridad democrática, que se viera ganancia contra las Farc y que estas sintieran temor,
si bien debían conocer que no estaban cayendo sus hombres sino personas
humildes del pueblo. Mas es este otro punto ciego pues es difícil sostener qué
pensaba Uribe frente a las ejecuciones extrajudiciales.
Su odio a las Farc era y es conocido, si eso le llevó
a omitir los falsos positivos también entra en el reino de la especulación.
Tanto odio que hizo que los medios de prensa, tan adeptos al régimen, vendieran
la idea de que el principal problema de Colombia era esa guerrilla (sobre los
paramilitares, que fueron mucho más violentos y sanguinarios).
A Uribe lo siguen respaldando sus copartidarios, que le copian con fidelidad extrema. Y millones de colombianos que le copian el mensaje a unos medios que poco tocan al expresidente.
El hecho de que ahora tenga aceptación entre los
suyos, aunque su imagen en el país ha caído a niveles mínimos de
acuerdo con encuestas, no lo salvará de que la historia lo ponga en el lugar
que merece, así la justicia nunca logre claridad sobre el asunto. Está acorralado por aquella, pese a que sigue descalificando a la JEP y
atacando -ahora con su abogado- a quien lo relacione con aquellos crímenes de
Estado de los cuales falta mucho por conocer y en los cuales también debería
tener responsabilidad por acción u omisión el entonces ministro de Defensa,
Juan Manuel Santos, que al menos ya reconoció que sucedieron y pidió perdón, si bien no se ha profundizado mucho en su responsabilidad.
Nerón no fue
enjuiciado en su momento por la ciudadanía romana, como sí lo hizo el pasar de
los años y siglos cuando se fue escribiendo la historia, analizando los hechos y
se conocieron mejor todos sus desafueros.
Maullido: otro que siente
ya el peso de la historia: Quintero Calle.

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