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¡Trabajen, vagos!

 

Trabajadores en una obra subternánea en Bogotá hace unos años. Foto Flickr/Santiago La Rotta


No es casualidad que con frecuencia miembros del Centro Democrático griten “trabajen, vagos” a quienes buscan distintos tipos de reivindicaciones, una frase en consonancia con el “trabajar, trabajar y trabajar” de su líder, Álvaro Uribe Vélez, consigna que acaba de revivir el insípido senador Miguel Uribe Turbay, dándose aires de persona privilegiada.

El Centro Democrático, y la derecha colombiana, son fieles exponentes de las políticas y mandatos del capitalismo neoliberal, que necesitan gente muy ocupada produciendo riqueza para la minoría que posee el capital.

Sí, trabajar es importante. De hecho, el desempleo es una violación a los derechos humanos, como nos lo recuerda Anthony B. Dickinson en ese ilustrativo libro Inequality, pero no lo es todo en la vida de una persona.

Hay mucha suficiencia en Uribe Turbay cuando anuncia en redes que madruga mucho a estudiar y a hacer ejercicio, mientras millones de compatriotas a esa hora, a oscuras, desafiando el clima, la inseguridad y las deficiencias del transporte, comienzan un largo recorrido para iniciar labores, no siempre bien reconocidas, o para abrir su puesto de ventas en cualquier calle en estas ciudades que abruman con su frialdad e indiferencia, actividades que con frecuencia se extienden hasta la noche.

Esos comentarios destemplados y repetidos de la derecha son un insulto para esos colombianos que no tienen derecho ni a descansos ni a vacaciones, salvo comprometiendo sus ingresos. Para aquellos tipo Uribe Turbay, no salen adelante porque no se esfuerzan.

Claro, la idea es que se trabaje mucho, que aumente la agobiante productividad -caballito de batalla de los grandes empresarios- pues así la economía prospera y los empresarios tienen mayores ganancias, mientras a los trabajadores se les recortan pagos en festivos y horas nocturnas, y hacen su agosto completo los contratos por prestación de servicios y otras formas de evadir beneficios laborales y que en la práctica son una forma velada de esclavitud.

Si hilamos más delgado, como han dicho tantos autores, al sistema le interesa gente muy ocupada, que piense poco (por eso la falta de recursos para educación, cultura y deporte) y acepte de buenas maneras todas las dádivas que les entregan generosamente los poseedores del capital.

Hoy la idea es que se trabaje menos horas a la semana, ganancia tras férrea oposición de un empresariado que también ha luchado contra el aumento en las licencias de maternidad y lactancia y las posibles incapacidades por menstruación, ganancia que beneficia a una parte de la población laboral, no a todos.

El objetivo es aumentar la productividad. Bien afirma el filósofo Byung-Chul Han en Vida Contemplativa que el capitalismo transforma el propio tiempo en mercancía.

“La obligación de actuar y, aún más, la aceleración de la vida se están revelando como un eficaz medio de dominación. Si hoy ninguna revolución parece posible, tal vez sea porque no tenemos tiempo para pensar. Sin tiempo, sin una inhalación profunda, se sigue repitiéndolo igual”.

Trabajar, trabajar y trabajar para que la vida se reduzca a una supervivencia, en la que solo existe la obligación de actuar, de producir y de rendir, que agotan la existencia misma, como completa el filósofo.

No. El descanso es un derecho, no es tiempo libre -valiente concesión del sistema- sino tiempo para no hacer nada, para no pensar en nada, para ocuparse en otras actividades que nutren el espíritu y el intelecto.

Ningún orgullo es madrugar a estudiar y a hacer ejercicio como forma de perpetuación de un sistema opresor.

Maullido: no hay derecho a que todos los colombianos tengamos que subsidiar a potentados empresarios del transporte.

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