No es casualidad que con frecuencia miembros del Centro Democrático
griten “trabajen, vagos” a quienes buscan distintos tipos de reivindicaciones,
una frase en consonancia con el “trabajar, trabajar y trabajar” de su líder, Álvaro
Uribe Vélez, consigna que acaba de revivir el insípido senador Miguel Uribe
Turbay, dándose aires de persona privilegiada.
El Centro Democrático, y la derecha colombiana, son fieles exponentes de
las políticas y mandatos del capitalismo neoliberal, que necesitan gente muy
ocupada produciendo riqueza para la minoría que posee el capital.
Sí, trabajar es importante. De hecho, el desempleo es una violación a
los derechos humanos, como nos lo recuerda Anthony B. Dickinson en ese ilustrativo
libro Inequality, pero no lo es todo en la vida de una persona.
Hay mucha suficiencia en Uribe Turbay cuando anuncia en redes que
madruga mucho a estudiar y a hacer ejercicio, mientras millones de compatriotas
a esa hora, a oscuras, desafiando el clima, la inseguridad y las deficiencias
del transporte, comienzan un largo recorrido para iniciar labores, no siempre
bien reconocidas, o para abrir su puesto de ventas en cualquier calle en estas
ciudades que abruman con su frialdad e indiferencia, actividades que con
frecuencia se extienden hasta la noche.
Esos comentarios destemplados y repetidos de la derecha son un insulto
para esos colombianos que no tienen derecho ni a descansos ni a vacaciones,
salvo comprometiendo sus ingresos. Para aquellos tipo Uribe Turbay, no salen
adelante porque no se esfuerzan.
Claro, la idea es que se trabaje mucho, que aumente la agobiante
productividad -caballito de batalla de los grandes empresarios- pues así la
economía prospera y los empresarios tienen mayores ganancias, mientras a los
trabajadores se les recortan pagos en festivos y horas nocturnas, y hacen su
agosto completo los contratos por prestación de servicios y otras formas de
evadir beneficios laborales y que en la práctica son una forma velada de
esclavitud.
Si hilamos más delgado, como han dicho tantos autores, al sistema le
interesa gente muy ocupada, que piense poco (por eso la falta de recursos para
educación, cultura y deporte) y acepte de buenas maneras todas las dádivas que
les entregan generosamente los poseedores del capital.
Hoy la idea es que se trabaje menos horas a la semana, ganancia tras
férrea oposición de un empresariado que también ha luchado contra el aumento en
las licencias de maternidad y lactancia y las posibles incapacidades por menstruación,
ganancia que beneficia a una parte de la población laboral, no a todos.
El objetivo es aumentar la productividad. Bien afirma el filósofo
Byung-Chul Han en Vida Contemplativa que el capitalismo transforma el propio
tiempo en mercancía.
“La obligación de actuar y, aún más, la aceleración de la vida se están
revelando como un eficaz medio de dominación. Si hoy ninguna revolución parece
posible, tal vez sea porque no tenemos tiempo para pensar. Sin tiempo, sin una
inhalación profunda, se sigue repitiéndolo igual”.
Trabajar, trabajar y trabajar para que la vida se reduzca a una
supervivencia, en la que solo existe la obligación de actuar, de producir y de
rendir, que agotan la existencia misma, como completa el filósofo.
No. El descanso es un derecho, no es tiempo libre -valiente concesión
del sistema- sino tiempo para no hacer nada, para no pensar en nada, para
ocuparse en otras actividades que nutren el espíritu y el intelecto.
Ningún orgullo es madrugar a estudiar y a hacer ejercicio como forma de
perpetuación de un sistema opresor.
Maullido: no hay derecho a que todos los colombianos tengamos que
subsidiar a potentados empresarios del transporte.

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