Difícil creer ya en esas
cumbres donde se trata de proteger la biodiversidad de todo el planeta o
detener el daño que le hacemos a la atmósfera con nuestras emisiones de gases de
invernadero que propician el cambio climático y afectan las condiciones para
que la vida prospere.
La COP16 en Cali ha valido
la pena por todo el conocimiento que se ha compartido entre los asistentes,
pero no seamos ilusos: no habrá la tal tabla de salvación para miles de
especies amenazadas de extinción.
Acá, con en el tema del
cambio climático, la razón es muy sencilla: el capitalismo. Este solo considera
las ganancias a cualquier precio, así sea a expensas de los demás. ¡Qué le van
a importar las otras formas de vida si ni la humana le interesa!
Hace décadas se sabe del
terrible daño que causan los combustibles fósiles y hoy, cuando distintas
organizaciones gubernamentales, civiles y científicas advierten de la
inminencia de una catástrofe global, la respuesta de los países ricos y de las empresas
petroleras ha sido aumentar la inversión en la exploración y explotación de
petróleo, gas y demás.
El ejemplo lo tenemos acá
cerca. Como recordó en estos días la organización Pares, el entonces presidente
Álvaro Uribe Vélez invitó, y promovió, la siembra de palma de aceite a diestra
y siniestra. No interesaba nada más. Y así se arrasaron miles de hectáreas en
Antioquia, Chocó y Magdalena Medio en las que existían otras formas de vida vegetal
y animal.
Pero no solo ha sido
Uribe, cuyo desinterés por nuestros recursos naturales bióticos es tan enorme
como su amor por el gran capital. Hoy vemos cómo se expanden cultivos en la
Orinoquia sin planificación, cómo se desecan humedales para criar búfalos y
cómo se tala la Amazonia para meter cabezas de ganado y apoderarse de la tierra.
Y como si fuera poco, se alienta el desarrollo minero incluso en zonas de
máxima riqueza de vida, que deberían ser preservada, como algunos páramos y la
rica región agroturística de Jaricó-Támesis en Antioquia, para no extendernos
hacia lo que sucede en Chocó y otras regiones del Pacífico.
Otro ejemplo: las ganas
que le llevan dirigentes antioqueños a esa región con la insistencia en una
carretera que corte la selva y permita un puerto en Tribugá para acabar de
llenar las arcas de los empresarios, esfuerzo, como siempre, disfrazado con una
generación de empleo (que pocas veces es mínimo o menor frente a los grandes
problemas que se crearían).
Acá, como en todo el
mundo, la destrucción ha sido tenaz y no se detiene. Bien dice el filósofo japonés
Kohei Saito que el crecimiento económico infinito en este planeta finito es
sencillamente imposible y es tajante al afirmar que el capitalismo verde no es
la solución a la crisis ecológica.
Así lo sostiene también el
filósofo Tad Delay en su libro Future of Denial: es el capitalismo verde, dice,
y no los negacionistas de derecha, el gran problema para enfrentar el problema
y va más allá, mostrándose muy negativo pero claro: esa tormenta destructiva,
agrego yo, nada la detiene. No serán las acciones individuales, que pueden
aportar, pero el problema va muchísimo más allá de sembrar árboles, no botar
plástico y proteger algunos animales.
Saito, entonces, afirma
que requerimos un sistema económico que produzca deseos compatibles con los
límites ecológicos de nuestro planeta. Y eso no se da.
Entonces de estas cumbres
del bla, bla, bla salen muy buenas intenciones, pero la realidad es tozuda: los
países ricos no han querido suministrar la ayuda financiera para mitigar y
adaptarnos al cambio climático ni para proteger la biodiversidad. Es tan cínico
el sistema, que otorgan dinero a países más pobres para esos fines, pero se lo
deben pagar con intereses.
Estados Unidos ni ha
ratificado la Convención sobre la Biodiversidad, y las grandes potencias se
niegan a limitar la biopiratería de recursos genéticos que están extrayendo,
que nos están robando grandes corporaciones y conglomerados, como la industria
farmacéutica (única manera en que les importan plantas y animales).
Lo dice Saito: hay que
hacer algunos cambios radicales a nivel político, cultural y económico en nuestras
sociedades (para atender y solucionar esos dos grandes problemas, digo) y eso,
precisamente, es lo que no permite el gran capital. Por eso se suceden las COP,
tanto en biodiversidad como en cambio climático, y todo sigue igual.
Al menos acumulamos
conocimiento sobre lo que nos está sucediendo.
Maullido: no solo es un
politiquero tradicional, es un patán el señor Germán Vargas Lleras.

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