Contaba en estos días una voluntaria que estuvo en una jornada
recreativa para niños de escasos recursos en un barrio alto del sector de
Robledo, Medellín, que encontró niños con la mirada perdida, con rostro
inexpresivo por completo, otros a los que no les cabía un piojo más en la
cabeza, revelando la poca atención que reciben.
La poca que reciben y la escasa que seguirán recibiendo. Sabemos que
estamos en un sistema que no favorece al que tiene necesidades.
En días pasados, el empresario antioqueño Arturo Calle fue homenajeado
en su ciudad y con claridad afirmó que “el dinero se hizo para que le sirva a
uno, a la sociedad y al ser humano, el dinero no se hizo para la sepultura”.
En el acto llamó a empresarios a sumarse con aportes para darles
vivienda a los afectados por la temporada de lluvias. Ofreció su aporte, para
ver si se llega a una meta de $20 000 millones.
Difícil. El capitalismo se basa en acumular dinero. Lo revelan los
balances de las empresas y puede preguntar uno dónde está el dinero de los 10 o
20 más ricos de Colombia.
Hemos visto, por escándalos periódicos, que los empresarios, los
políticos y personas adineradas sacan todo a paraísos fiscales, donde el dinero
produce más y no paga impuestos o son muy bajos, sin riesgo de tener que invertirlo
en el país, para ayudar a sus gentes, y sin destinar para disminuir la pobreza.
Las noticias nos recuerdan con frecuencia que los más ricos se están haciendo
más ricos.
Claro que es mejor un sistema que se base en la redistribución mediante
rutas como los impuestos -y otras-, pero sabido es que desde que al mundo
capitalista lo lideraron Ronald Reagan y Margaret Thatcher, presidente de
Estados Unidos y primera ministra británica, los más ricos comenzaron a aportar
menos, sus impuestos se vieron reducidos de manera importante y se eliminaron
otras medidas redistributivas. Una tendencia que se ha mantenido.
El mundo entró en una espiral de favorecer a los que más tienen, como se
aprecia con nitidez hoy en Estados Unidos y en otros países del primer mundo.
En Colombia es lo que estamos viendo y viviendo con la propuesta de reforma
laboral: el capital negando una mínima redistribución de riqueza para quienes
la generan: los trabajadores.
Cuando el dirigente Juan Felipe Gaviria fue nombrado alcalde de Medellín, por allá a comienzos de los 80, ideó un programa: llevar a los empresarios de la ciudad, en bus, a recorrer las comunas altas del norte y centro de la ciudad. “Conozca el Medellín que no conoce”. Se quedaban asombrados del nivel de pobreza en su ciudad, a sus pies, mientras ellos vivían, como viven muchos hoy en una pequeña burbuja social. Era una invitación a hacer algo por su ciudad. Gaviria no duró mucho de alcalde, el entusiasmo se diluyó pronto.
Injusto afirmar que la empresa privada no aporta al desarrollo, peor
podría hacer mucho más que voluntariados, donaciones a entidades, apoyo a
programas culturales y otras. Son acciones valiosas, pero ante las inmensas
necesidades y las jugosas ganancias se requiere más participación.
La violencia que ha venido creciendo tiene un impulso fuerte en las
necesidades no satisfechas de niños, jóvenes, familias. La tarea no recae solo
en los gobiernos, se necesita más apoyo, esa violencia no solo nos toca a todos
como sociedad en un momento dado, sino que es injusto e inmoral acumular y
acumular dinero con tantas necesidades a la vuelta de la esquina.
Algunos de esos niños de Robledos, tal vez, podrán seguir el camino de
la delincuencia, y como el niño sicario del atentado contra Miguel Uribe, matar
a quien quieran o les encarguen. Mientras, grandes cantidades de dinero estarán
seguras en paraísos lejanos.
Maullido: se les dijo, se les advirtió y no hicieron caso y por
politiquería reeligieron al rector de la Universidad de Antioquia. Siempre le
ha quedado grande el cargo.

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