Que el asesinato de Miguel Uribe Turbay es un magnicidio por el papel y
la posición que representaba es incontrovertible. No merecía esa muerte, como
no merece morir así ninguna persona. Muy injusto y lamentable.
Seguro, por lo que han dicho, era muy buen padre, hijo y esposo. Se
aprecia en el sentimiento y las expresiones de su familia y amigos. Pero si nos
vamos al campo de las ejecutorias, el balance es muy regular.
Sí, fue un opositor estridente del actual gobierno, con todo lo que eso
significa, y un defensor de los gobiernos de derecha en los cuales participó,
conociéndosele posiciones clasistas, arribistas, de indolencia social y oportunistas en diferentes
momentos, y otras cuestionables, como la de armar a los colombianos.
Sus copartidarias que competían con él por la candidatura presidencial
del Centro Democrático nunca lo vieron con buenos ojos, como quedó demostrado en
trinos y videos en la red X en la precampaña actual como en la de 2022, aunque lo han llorado desde el aciago día en que fue
baleado.
Su balance como legislador es agridulce: algunas iniciativas de puro corte
neoliberal y de protección del gran capital, aunque también otras en favor del
bienestar de común. Pero con ahínco se opuso a las reformas sociales del
gobierno Petro en favor de los más desprotegidos.
¿Qué merecía unos funerales de primer nivel? Sí. Pero tanto en estos
como en los dos meses en los que sufrió en la UCI de la clínica, los medios tuvieron
un cubrimiento desaforado haciéndolo ver como uno de los máximos exponentes de
nuestra maltrecha democracia. Para decirlo de modo coloquial, nos lo
embutieron a la fuerza.
Había que informar de lo sucedido, claro. Con intensidad al comienzo y
al final, lógico. Pero fueron horas y horas en radio y televisión y páginas y
páginas en los diarios resaltándolo como un ejemplo para la patria. Un
prohombre.
Fue una imposición de las clases dominantes, como sucede con frecuencia;
nos embuten hechos, situaciones y personas que no merecen despliegue descomunal.
Para ello se valen de los medios corporativos, hoy en poder del gran
capital y los sectores más altos de la sociedad. Ese despliegue no se da para
personas de menor categoría. Ya había dicho acá que en Colombia la muerte
también tiene estratos.
¿Si la víctima hubiera sido un congresista de la izquierda, del partido
de gobierno, hubieran dedicado tantas horas de cubrimiento? Sin pecar de
adivino, creo que no.
A Miguel Uribe Turbay, al fin de cuentas, lo utilizaron. Primero, con la
voz que le dieron a cuanto político se asomó a la clínica en la primera semana
tras el atentado criminal. Se trataba de resaltar el rechazo no solo por el
hecho en sí, sino para enrostrarlo al gobierno Petro.
Sirvió para un champú de toda clase de políticos, cuando se arrimaron a Fundación
Santa Fe, luego al Capitolio, para dejarse entrevistar y dar mensajes de una
unión y una paz que en sus actuaciones como políticos siempre han eludido
El momento y, aunque suene duro, el muerto, fueron aprovechados para
vender el mensaje de la extrema derecha: seguridad, seguridad y más seguridad.
Tanto, que la vitrina principal se le otorgó al hoy condenado expresidente
Álvaro Uribe Vélez para que insistiera en esa muletilla, que será base de la
campaña presidencial del Centro Democrático.
El descomunal cubrimiento tiene ese fin: que la ciudadanía pida ante
todo seguridad, esa que ha sido el caballito de batalla de Uribe Vélez y que en
su largo mandato derivó en excesos que no se dejarán de lamentar. Un enfoque para que la plaza aplauda enardecida.
Y así pasamos semanas detrás de un personaje claroscuro que había hecho
una llamativa y creciente carrera política y que no merecía ni que lo
asesinaran, un cubrimiento exagerado, ni que abusaran de su sacrificio con
fines políticos.
Maullido: Quintero Calle, como ya lo había hecho antes, se está
convirtiendo en un payasito de pacotilla a ver si llama la atención.
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