Desconcierta y desconsuela cómo no solo en el plano internacional sino en el nacional y local se sigue tratando el tema del cambio climático en segundo y tercer nivel, como si no estuviéramos viviendo desastres cada vez más frecuentes.
Luego de casi tres años de
un intenso Fenómeno de La Niña, apenas el alcalde de Medellín, Daniel Quintero,
declara una emergencia y habla de su plan de acción climática que es tan
gaseoso como el CO2 que seguimos emitiendo, con insistencia, a la atmósfera.
No es el único. Hay
inundaciones y deslizamientos en varios departamentos y, como siempre, solo
llegan paños de agua tibia para las víctimas, a la espera de que vuelvan a
resultar damnificadas en cercana ocasión.
Es increíble el nivel de inoperancia
y desidia de alcaldes y gobernadores. En este momento creo que es difícil
atribuirle al cambio climático una segunda La Niña de tres años (la otra fue
hace más de 50), y tampoco todo aguacero es producto del calentamiento global
que ha trastocado el clima.
Pero hace varios años
organismos como el Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático, que
reúne a cientos de científicos de todo el mundo, han informado con muchos datos
que cada vez habrá fenómenos climáticos extremos. Desde inundaciones a sequías,
olas de calor y de frío, hasta ciclones más fuertes. Lo vivimos en carne propia
a lo largo y ancho de nuestra geografía y nada se hace para revertir el
problema, al punto de que hay eventos que se repiten en el mismo sitio con
mucha frecuencia.
Por ejemplo: Medellín.
Antes si en el año había un gran chubasco, era mucho. Luego fueron uno o dos al
año. Hoy son cinco o más en cada una de las dos temporadas de lluvias.
En Bogotá hay problemas
similares. Lo de La Calera fue terrible. Y ya hace algún tiempo el río Bogotá
había hecho y deshecho hacia el norte. También se inundan con frecuencia calles
céntricas y… todo bien. En Cartagena ha ocurrido lo mismo, una ciudad amenazada
además por el aumento persistente en el nivel del mar.
Así podríamos seguir: es
que van más de 765 municipios afectados.
Han faltado voluntad y
calzones para enfrentar el problema y no todo se puede achacar a la falta de
recursos. No hay dinero para reubicar millones de personas al borde de ríos y
laderas deleznables, pero hay maneras de ir trasladando de a poco y prohibiendo
nuevos asentamientos. Debería ser prioridad salvar vidas.
En Medellín, con bombos y
platillos el alcalde anunció alguna vez que con drones controlarían nuevas
viviendas en las zonas altas. Y no se puso rojo siquiera, aparte de que la
prensa comió el cuento sabiendo que no era una idea práctica y ha sido clara la
carencia de voluntad para contener el peligro que representan ranchos en esas
escarpadas montañas circundantes.
Lo peor es que no hay
manera, hoy, de evitar que las tragedias sigan acabando con vidas, dejando
miles más de afectados en la pobreza absoluta, inundando calles y destruyendo
carreteras y edificaciones en los meses largos que faltan de este invierno
caótico. Se dejó coger mucha ventaja.
Desastres humanos, porque
han sido provocados por el maltrato a nuestros entornos, a las montañas, a los
ríos, a los bosques, a los humedales, y porque se han agravado por la desidia
humana, esa sí de muchos gobernantes.
Deslizamientos e
inundaciones han existido siempre en este planeta vivo desde lo más profundo de
sus entrañas. Pero los agravamos alterando y modificando todos los paisajes, y
ubicándonos donde no debíamos, bajo la mirada complaciente de quienes elegimos
para que nos cuidaran.
Maullido: a millones de
motociclistas no les interesa el Soat, así lo rebajen.

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