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Desastres humanos

Cada año hay serias tragedias por el invierno. Se repiten y nada se hace para evitarlo. Acá, Mocoa, inundación y avenida de 2017. Foto Ocha Colombia
 

Desconcierta y desconsuela cómo no solo en el plano internacional sino en el nacional y local se sigue tratando el tema del cambio climático en segundo y tercer nivel, como si no estuviéramos viviendo desastres cada vez más frecuentes.

Luego de casi tres años de un intenso Fenómeno de La Niña, apenas el alcalde de Medellín, Daniel Quintero, declara una emergencia y habla de su plan de acción climática que es tan gaseoso como el CO2 que seguimos emitiendo, con insistencia, a la atmósfera.

No es el único. Hay inundaciones y deslizamientos en varios departamentos y, como siempre, solo llegan paños de agua tibia para las víctimas, a la espera de que vuelvan a resultar damnificadas en cercana ocasión.

Es increíble el nivel de inoperancia y desidia de alcaldes y gobernadores. En este momento creo que es difícil atribuirle al cambio climático una segunda La Niña de tres años (la otra fue hace más de 50), y tampoco todo aguacero es producto del calentamiento global que ha trastocado el clima.

Pero hace varios años organismos como el Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático, que reúne a cientos de científicos de todo el mundo, han informado con muchos datos que cada vez habrá fenómenos climáticos extremos. Desde inundaciones a sequías, olas de calor y de frío, hasta ciclones más fuertes. Lo vivimos en carne propia a lo largo y ancho de nuestra geografía y nada se hace para revertir el problema, al punto de que hay eventos que se repiten en el mismo sitio con mucha frecuencia.

Por ejemplo: Medellín. Antes si en el año había un gran chubasco, era mucho. Luego fueron uno o dos al año. Hoy son cinco o más en cada una de las dos temporadas de lluvias.

En Bogotá hay problemas similares. Lo de La Calera fue terrible. Y ya hace algún tiempo el río Bogotá había hecho y deshecho hacia el norte. También se inundan con frecuencia calles céntricas y… todo bien. En Cartagena ha ocurrido lo mismo, una ciudad amenazada además por el aumento persistente en el nivel del mar.

Así podríamos seguir: es que van más de 765 municipios afectados.

Han faltado voluntad y calzones para enfrentar el problema y no todo se puede achacar a la falta de recursos. No hay dinero para reubicar millones de personas al borde de ríos y laderas deleznables, pero hay maneras de ir trasladando de a poco y prohibiendo nuevos asentamientos. Debería ser prioridad salvar vidas.

En Medellín, con bombos y platillos el alcalde anunció alguna vez que con drones controlarían nuevas viviendas en las zonas altas. Y no se puso rojo siquiera, aparte de que la prensa comió el cuento sabiendo que no era una idea práctica y ha sido clara la carencia de voluntad para contener el peligro que representan ranchos en esas escarpadas montañas circundantes.

Lo peor es que no hay manera, hoy, de evitar que las tragedias sigan acabando con vidas, dejando miles más de afectados en la pobreza absoluta, inundando calles y destruyendo carreteras y edificaciones en los meses largos que faltan de este invierno caótico. Se dejó coger mucha ventaja.

Desastres humanos, porque han sido provocados por el maltrato a nuestros entornos, a las montañas, a los ríos, a los bosques, a los humedales, y porque se han agravado por la desidia humana, esa sí de muchos gobernantes.

Deslizamientos e inundaciones han existido siempre en este planeta vivo desde lo más profundo de sus entrañas. Pero los agravamos alterando y modificando todos los paisajes, y ubicándonos donde no debíamos, bajo la mirada complaciente de quienes elegimos para que nos cuidaran.

Maullido: a millones de motociclistas no les interesa el Soat, así lo rebajen.

 

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