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Colombia es una (mala) sorpresa diaria

 

La reunión y la unión de Uribe y Gaviria es un insulto a la razón y a una sana política. Foto tomada de Instagram


En este país del Sagrado Corazón, donde todo pasa de afán, incluso lo peor, y donde los políticos no dejan la costumbre de hacer y deshacer, casi siempre con los dineros y los intereses públicos, ha habido estas semanas varios hechos que llaman a la reflexión.

Bajo el falaz argumento de que si no se les bombardea continuarán reclutando menores, el presidente Gustavo Petro ordenó atacar a un grupo de las disidencias de alias Iván Mordisco. Murieron siete menores de edad, y luego se conoció que ha habido otros bombardeos y más muertos.

Es una clara violación al Derecho Internacional Humanitario -DIH. Revela además la cruda realidad de todas esas regiones apartadas y olvidadas donde no tiene presencia continua el Estado y sus niños y jóvenes no tienen asegurado un buen futuro. Allí son reclutados con facilidad y sin mayor oposición.

Entonces, si se mantiene lo que dijo Petro, morirán muchos más bajo las armas del Estado. Es ingenuo pensar que ahora no los reclutarán, si de todas maneras tienen la amenaza de los bombardeos.

Han justificado algunos el hecho porque ¿sino entonces cómo se va a combatir a esos grupos de narcoterroristas? Querría decir que el Estado y el gobierno son incapaces de garantizar la seguridad a sus ciudadanos, una de sus principales obligaciones. Además, enrostra el fracaso de la paz total, que ha sido empleada por los ilegales para copar territorios y crecer en número.

El otro, también execrable, es el de la reunión de dos de las figuras más recalcitrantes de la extrema derecha, Álvaro Uribe y el enterrador del Partido Liberal, César Gaviria, con el fin de derrotar a Petro y la izquierda en 2026. Todos contra Petro, pues han invitado a todos los precandidatos de derecha y centro a cerrar filas, uniéndose, para derrotarlos.

No tienen programa, no han dicho qué harían ni cómo gobernarían. Es solo acabar con la izquierda, como lo ha prometido el monigote de Abelardo de la Espriella. Pero claro, es fácil adivinar que defienden los intereses de los poderosos, de los ricos, de los grandes empresarios (que según Uribe son los únicos que generan riqueza y dan empleo). Para qué no son ricos, dirán al resto.

Solo anunciar su intención es una vergüenza, porque además son personajes que en distintos momentos se han atacado entre sí con acusaciones serias. Pero ese es el nivel de sus planteamientos y la forma como subestiman a sus conciudadanos.

Tercer tema de innegable interés: el Congreso, o mejor, el ala conservadora, tiene bloqueado el proyecto para la Jurisdicción Agraria, fundamental para devolver algo de paz y de justicia a nuestros campos. La tierra ha sido el eje del conflicto colombiano desde la Independencia, agravado luego con la apropiación de tierras por políticos y empresarios poderosos.

De la necesidad de resolver el tema de las tierras hablaron gobiernos en el pasado, pero nunca se actuó para hacerlo y antes, por el contrario, con el Pacto de Chicoral en el gobierno de uno de los dos impresentables Pastrana, el papá, se acabó de cerrar la puerta a la redistribución de tierras.

La derecha no va a ceder. Es que miremos el caso del todavía temible expresidente Uribe: terrateniente que incluso trató de obtener terrenos baldíos de la Nación para aumentar su propiedad, y cómo se ha opuesto a que muchos compradores de tierras despojadas las devuelvan porque actuaron de buena fe según él. Vimos cómo la enorme empresa Argos tuvo que devolver las adquiridas en los Montes de María, y en estos días se conoció que accionistas de las multinacionales Falabella y Jumbo tendrán que devolver 8000 hectáreas en Valencia, Córdoba.

Mientras no se resuelva el asunto y no se apruebe la Jurisdicción Agraria, que permitiría una acción judicial más efectiva, continuará alimentándose la violencia a lo largo y ancho del territorio.

Este país es un despeñadero diario.

Maullido:  cada día la prensa corporativa escoge un tema para machacar contra el presidente. Difícil pensar que no sea orquestado.

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