Colombia es un caso sui generis en el que cuando el presidente llama a defender
la soberanía o al menos a rechazar actos contra ella, buena parte de las clases
dirigentes se le va en contra.
Que al presidente Gustavo Petro lo amenace el gobierno estadounidense no
inquieta a políticos de oposición ni a los empresarios, a todos los cuales les
preocupan más los negocios con el país del norte.
No importaron las sanciones injustamente impuestas a Petro. La oposición
derechista, proyanqui como ha sido toda la vida, con claridad respaldó al presidente
de Estados Unidos, con casos tan problemáticos como el de la precandidata del
Centro Democrático, María Fernanda Cabal, que ve en el portaviones Gerald Ford que
llegó al Caribe la forma de lograr la paz en el país, con todo lo que una intervención
significaría, aunque muy seguramente ella lo reduce a deshacerse de Petro.
Los políticos de centro en general han guardado silencio o, haciendo
honor a la misma definición que dan a su lugar en el espectro político, han
dicho que sí pero no, que no hay que disgustar al patrón norteamericano.
El exministro Alejandro Gaviria dijo a The New York Times que, aunque
Petro pudiera tener una preocupación genuina por la humanidad, no ha
interiorizado “las consecuencias o impactos sobre Colombia”. Estar bien, lo
único que les interesa a los autodenominados de centro.
La prensa corporativa casi al unísono se fue contra el presidente, con
casos hasta graciosos como el de El Colombiano de Medellín, que continuamente
publica titulares en portada como poniéndole la queja a Trump de lo que dice o
no Petro.
Petro ha sido pugnaz y ha endurecido sus posiciones al final de un
mandado con demasiados tonos grises, y eligió enfrentar directa y emocionalmente
al mono estadounidense, un campo en el cual este, que no brilla por su inteligencia
y preparación, se siente a gusto porque tiene poder y solo le basta abrir la
boca para que todos en su gobierno -y en buena parte del mundo- temerosos, le
obedezcan.
Pero en el caso de las embarcaciones bombardeadas por los gringos, hay
que anotar que el presidente colombiano fue el primero en denunciar que se
trataba de crímenes. Claro, le respuesta interna en el país fue de rechazo a lo
que sostenía, como dije, pero el tiempo le ha dado la razón: primero, con el
pronunciamiento de Naciones Unidas de que podría tratarse de ejecuciones
extrajudiciales; segundo, con el del aliado norteamericano, el Reino Unido, que
se negó a continuar brindando inteligencia a Estados Unidos al no estar de
acuerdo con el procedimiento.
Cierto es que la actuación de Petro también tiene fines electorales y
sus continuos pronunciamientos en X buscan asimismo despertar el entusiasmo de
sus seguidores y esa parte del ‘poder popular’ que le es afín o al que trata de
acercar.
Como sea, la disputa Petro-Trump ha ahondado las diferencias políticas y
permitido ver que el odio al presidente lleva a muchos hasta a supeditar la
soberanía nacional con tal de deshacerse de él o celebrar las sanciones impuestas,
sin importarles siquiera la defensa de connacionales que han sido masacrados o
podrían ser asesinados en las ejecuciones gringas en el Caribe y el Pacífico.
Lo que les interesa, al fin y al cabo, es que no se les dañen sus
negocios.
Maullido: Medellín se ha convertido en una transnacional del crimen
organizado, a la que llegan capos de todas las procedencias.

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